Napoleón (Argumento)

Napoleón
Napoleón, Locura en un acto se estrenó en el Teatro Alhambra de La Habana, el día 19 de Febrero de 1908. Sus libretistas, Gustavo Robreño y Francisco Robreño. Música de Jorge Anckermann.

Acto I

En el hogar de Don León, los criados, Gerónimo y Josefina comentan las locuras que están sucediendo, a consecuencia del problema psicológico del Señor. Eugenio, un muchacho que pretende desde hace algún tiempo a Hortensia, la hija de León, llega a la casa intentando entrar a conversar con la muchacha. Para ello utiliza algunas bromas con Josefina e indaga acerca del estado en que se encuentra Don León. Consigue todas las informaciones pertinentes: que el señor está chiflado, que ya le han devuelto la finca Independencia, y que sólo piensa en la guerra y en Napoleón. La criada le propone que la mejor manera de pedir la mano de Hortensia es entrando a la casa con el pretexto de ocupar la plaza de administrador de la finca, anuncio puesto en la prensa por la Señora María Luisa, esposa de Don León.
Aparecen la Señora y su hija que se sorprenden al ver a Eugenio. Este se pone tan nervioso que no sabe lo que va a decir, hasta que Josefina le recuerda lo de la finca. Pero cuando empieza a hablar le dice a la señora que viene a hacerle algunas proposiciones. María Luisa, también perturbada, piensa que le está hablando de Hortensia. Se crea un gran mal entendido, hasta el punto de que la Señora lo echa de su casa. La criada y Eugenio le explican que él estaba hablando de la finca, que su intención era sólo ocupar la plaza de administrador. María Luisa entiende todo y le hace pasar al comedor para arreglar un plan y ver si queda como administrador. Gerónimo ha llegado a cogerle lástima a su amo, habla consigo mismo del divino César, la Revolución gloriosa que derriba una Monarquía en Francia, el Consulado y el Imperio; pero decide seguirle la conversación. Ha llegado a imaginarse que es Napoleón, pero sabiendo que su nombre es León comenta que sólo le falta el Napo. Dice, además, que se impone un golpe de Estado y que lo ayudará su hermano Luciano, que no es más que su propio criado.
María Luisa le presenta a León al aspirante a administrador de la finca, pero éste se incomoda, pues no quiere saber nada de Independencia, y piensa que el muchacho es un inglés o un espía que ha venido a sorprender sus planes de guerra. Todos le explican que Eugenio quiere transformar la finca en palacio Fontainebleau. En su enajenación, León nombra a Eugenio Mariscal del Imperio, y le brinda todo su patrimonio, sus fincas y su dinero para realizar el proyecto, estando feliz porque se han comenzado a realizar sus sueños. Don Bernardo se entera por mediación de Vitoque que Eugenio los ha elegido para la decoración de la finca como los palacios del Imperio. Ambos deciden que con ellos también participarán en este negocio, que les dará mucho dinero, las mulatas Estefanía y Leonor. La finca ha comenzado a ser decorada al estilo del primer Imperio, hasta con su vestuario; están en espera de las personas que formarán la corte de Napoleón. Hasta Josefina ya viste con traje del Imperio. Llega Don León en el momento en que Gerónimo está cantando inspiradamente. Josefina se esconde. El amo sorprendido del escándalo escucha la explicación que le da el Mariscal y le propone que en un plazo de cinco minutos realice un himno guerrero. De no ser así lo hará fusilar. Tras cumplir el reto, el Mariscal es ascendido a Rey de Nápoles. El señor le pide que le busque a Josefina, su gentil criolla, pues quiere tener un hijo con ella, aunque no sea de él para hacerlo Rey de Roma. Gerónimo, que siempre la ha pretendido, trata de interponerse. León se lleva para un matorral a la criada y el Rey de Roma le cuenta todo a María Luisa y a Hortensia, para desquitarse de lo que le hizo el Emperador con Josefina.
Todos los trabajadores de la finca -Don Bernardo, Vitoque, Eugenio y el chino Perico- han seguido también la farsa para mantener a Don León tranquilo, y hasta han comenzado a cambiarse sus nombres para llevar los de los mariscales del Imperio. También Bernardo ha traído a varios sinvergüenzas para que sean mariscales en la gran mentira: un chulo, un vendedor de buñuelos, uno que le decían Moquillo, entre otros integran las tropas. Todos gritan: "¡Viva el Emperador!". León les informa que el coloso del Norte ha faltado a su juramento de alianza a la nación, sin dar una explicación de su conducta, por lo que llevarán la guerra a su territorio y será una lucha gloriosa. Bernardo le presenta el cuerpo de Mariscales. Orgullosos de ellos el Emperador les ha puesto títulos de nobleza a cada uno y los ha llamado a la Victoria, que depende de ellos. También han traído a Grasini y María Valeriana, dos muchachas a las que les han cambiado el nombre por los de Señora Grasini y María de Valeska.
La finca ya es una reproducción de Fontainebleau. Eugenio se ha escapado con Hortensia a un pueblo cercano, pero se ha complicado porque lo vieron en una propiedad, perteneciente a un extranjero, donde al parecer había pasado la noche con la muchacha. Hortensia ha llegado a la casa con el Jefe de Sanidad, Don Teodoro, el cual le ha entregado su hija a María Luisa. Teodoro, como Delegado General de Sanidad se ve en la obligación de proceder enérgicamente contra las locuras de Don León, y Teodoro pretende que se quiten los trajes, lo que tampoco han aceptado, por lo que él piensa que todos han enloquecido. Por sólo tener una orden de arresto para Don León no se los puede llevar, pero se quedan todos encerrados en la casa conviviendo sin extralimitarse. El Emperador ha dado en sí y decide irse tranquilo, a pesar de la negativa de todos hacia Mazorra, que para él no era más que Santa Elena. Todos quedan muy preocupados porque Eugenio, que es el que les pagaba, desapareció. Don León pensando que la algarabía es por su partida, les pide que no se amotinen, que él cumplirá su destierro y que le interpreten el himno creado para las grandes solemnidades.

No hay comentarios:

Publicar un comentario