La Dogaresa (Libreto)



LA DOGARESA



Zarzuela en dos actos, en prosa.

Libreto: Antonio López Monís.

Música: Rafael Millán.


REPARTO (Estreno)

Marietta – Luisa Vela

Rosina - Lola Arellano

Cordalia - María Ferrer

La Hechicera - Concha Bañuls

Mujer 1ª - Enriqueta Conti

Mujer 2ª - María Conti

Miccone - Emilio Sagi-Barba.

Paolo - Arturo de Castro

Marco – Rafael Díaz

Zabulón - Enrique Beut

El Dux - Ramón Casas

Mayordomo - Roberto Iglesias

Paje 1º - María Alfonso

Paje 2º - Amparo Albiach

Paje 3º - Enriqueta Conti

Paje 4° - María Guillén

Mercader 1° - Luis Garrido

Mercader 2° - R. Sanz

Mozo 1° - J. Castillo

Mozo 2° - E. Fuentefría

Un Capitán – Miguel Pros

Pregonero – Roberto Iglesias

Jueces, guardias, soldados, mercaderes, judíos, pajes, servidores, gondoleros, damas, caballeros, gente del pueblo, coro general, comparsería y figurantas.

La acción en Venecia.

Cuatro decoraciones nuevas de Bulbena y Girbal. Vestuario, guardarropía y atrezzo construido expresamente para esta obra.

Director de orquesta, Emilio Acevedo.

Director de escena, Ventura de la Vega.

El primer acto se desarrolla en un solo cuadro, y el segundo está dividido en tres. La acción en Venecia, en la Edad -Media, durante la dominación de los Dux. Las indicaciones del lado del actor.



ACTO I

Un mercado en Venecia. Es de día. Puestos y soportales. Al foro el Ponte di Rialto. Al levantarse el telón la escena está llena de gente y hay en ella mercaderes, judíos, hombres y mujeres del pueblo. Zabulón, que es un judío viejo, está en un extremo contando unas monedas de oro. A su tiempo sale Marco actuando de espadachín,
con un mozo que le lleva las espadas. Después la Hechicera.

(Música)

CORO.
Venid aquí,
venecianos, a comprar,
y aquí hallaréis
cuanto os pueda precisar.

VENECIANO 1
Gargantillas de ámbar.

VENECIANO 2
Amuletos de cuerno.

VENECIANO 1
Brazaletes de aljófar.

VENECIANO 2
Yo los tengo de oro
con perlas y rubí.

CORO
Venid aquí, venid aquí;
compradme a mí,
compradme a mí.
Gran señor, por favor
venga acá, comprará
de lo mejor.
Gran señor, por favor
venga acá, comprará
de lo mejor.
Comprad, comprad,
comprad, comprad;
venid aquí,
venecianos, a comprar,
cuanto os pueda precisar.
Los encajes de Venecia
siempre son
lo que el mundo más aprecia
con razón. Aquí comprad,
que es lo mejor de la ciudad.

(Sale Marco seguido de un criado, que lleva unas espadas bajo el brazo, y dice con actitud retadora:)

MARCO
El que quiera saber
lo que vale luchar,
ahora puede aprender
y las armas tirar.
Por un sólo florín,
si tenéis corazón,
puede el espadachín
enseñar la lección.
Aquí está el valiente,
la espada aquí está.
¿No hay quien le sustente?
¡Ja, ja, ja!

CORO
Si dice bravatas
lo mismo me da;
tú a mí no matas.
¡Ja, ja, ja!

MARCO
Sois todos muy prudentes
y no queréis la lucha;
mas yo os haré valientes
porque es mi ciencia mucha.
Por módico estipendio
enseño en mi lección
secretas estocadas
que van al corazón.
Venecianos, con las armas
os enseño yo a triunfar,
si tenéis con caballeros
o villanos que luchar.

(Uno de los oyentes se acerca a él y le da unas monedas, tomando la espada y recibiendo la lección de esgrima)

Torna allá,
tercia aquí,
tajo va,
quita allí,
golpe así
muerto está.

(Hace mutis después de recoger el ayudante las espadas)

CORO
El matón ya se va. ¡Ah, ah!

(Sale una hechicera, que hace invocaciones alrededor de un pebetero, en el que quema unas hierbas aromáticas; el Coro la rodea)

HECHICERA
Quien quiera saber
lo oculto y fatal
y el libro leer
del bien y del mal,
que saque su sino
y escuche su suerte;
yo sola domino
la vida y la muerte.

CORO
La bruja hechicera
nos quiere asustar;
nuestro sino quiere
aquí adivinar.

HECHICERA
De oculto y negro báratro
conozco yo la hermética,
me da guarismos mágicos
diabólica aritmética,
prepara mis narcóticos
en grata anacorética,
expendo sal erótica
que da pasión frenética.
Os busco amores fáciles
con pócima magnética,
y os da placeres múltiples
mi ciencia que es profética.
Un viejo profeta,
de vida maldita,
su ciencia secreta
me transmitió.

ZABULON
El oro, del mundo es el dueño
desde el uno al otro confín,
y todo resulta pequeño
si se oye su tin tin.
El oro es la felicidad;
venid, venid, cambiad,
que el oro aquí lo tengo yo.
El oro sonó.
Tin, tin, tin, tin,
tin, tin, tin, tin,
tin, tin, tin, tin,
tin, tin, tin, tin,
tin, tin, tin, tin,

(Hablado)

MUJER 1ª.- (A la Hechicera) Y tú, que todo lo sabes, ¿podrías decirnos qué es de Paolo, a quien hace tanto tiempo que no vemos por Venecia, y qué porvenir le está reservado?

(La hechicera se dispone a contestar, y en todos se produce un vivo movimiento de curiosidad) Paolo, que anda errante hace tiempo, cuando menos lo penséis volverá en busca de su bien, que alguien, desde muy alto, quiere arrebatarle.

HECHICERA.- Paolo que anda errante hace tiempo, cuando menos lo penséis volverá en busca de su bien, que alguien desde muy alto, quiere arrebatarle.

TODOS.- ¡Ah!

HECHICERA.- Pero él, una dama, una elevada persona y un traidor, sufrirán grandes tormentos, a los que la muerte pone fin. Y nada más me preguntéis, porque nada más podría responderos. (Coge el hornillo en el que hace sus brujerías y hace mutis,  dejando a todos cabizbajos)

MUJER 1ª.- ¡Pobre Paolo!

MUJER 2ª.- ¡Quién pensara que un gondolero tan gallardo!...


MUJER 1ª.- ¡Ah! lo que es como guapo...

MUJER 2ª.- No hay otro igual en toda la república.

MUJER 1ª.- ¿Quién dijera que estaba sentenciado a un fin tan trágico?

MERCADER 1º.- Yo, si os he de decir la verdad, no he logrado entender muy bien la predicción de la hechicera. Verdad es que nunca me he parado a pensar en estas brujerías.

MUJER 1ª.- ¡Calla, descreído!

MUJER 2ª.- Si algún día sabe la hechicera que te ríes de ella...

MUJER 1ª.- ¡Teme su maleficio!

MERCADER 1º.- Pero venid acá, inocentes. ¿Qué es lo que ha vaticinado, en suma? Que yo me entere.

MUJER 1ª.- Que Paolo, que anda errante...

MERCADER 1º.- Lo cual sabíamos todos al no verlo por Venecia.

MUJER 2ª.- Volverá en busca de su bien.

MERCADER 1º.- ¡Tonto sería si volviera para buscar su mal!

MUJER 1ª.- Su bien, que alguien, desde muy alto, quiere arrebatarle.

MERCADER 1º.- ¿Desde muy alto? (Con misterio) Pues ya sé quién es el ladrón.

MUJERES.- (Interesadas) ¿Quién? ¿Quién?

MERCADER 1º.- ¡El campanero de San Marcos! (Las mujeres contestan con un gesto despreciativo de disgusto) Lo que os digo: que eso no se entiende.

MUJER 1ª.- Pues yo lo veo claro; Paolo está enamorado de una mujer; pero no puede realizar su sueño porque una elevada persona ha puesto sus ojos en ella. ¿Comprendéis ahora?

MUJER 2ª.- De ahí los sufrimientos...

MUJER 1ª.- A los que la muerte pone fin.

MERCADER 1º.- ¡Requiescat in pace! Desde luego, la muerte lo arregla todo; pero no nos dice la muerte de quién.
MUJER 1ª.- Yo creo que la mujer es Marietta.

MUJER 2ª.- La que va a casarse...

MERCADER 1º.- (Con voz recatada) ¡Con el Dux!

MUJER 1ª.- ¿Si queréis más elevación?

MERCADER 1º.- En efecto; si Paolo quiere alcanzar hasta ahí, difícil veo el caso. (Se dirige a Zabulón, que ha permanecido sentado en el suelo, junto al grupo sin desplegar sus labios y contando unas monedas de oro) ¿Tu, qué opinas?

ZABULON.- ¿Yo? ¡Es cosa que no me interesa!

MERCADER 1º.- ¿Que no te interesa?

ZABULON.- ¡Es natural! Si Marietta se casa con el Dux, ¿qué voy ganando yo? ¡Nada! Si es Paolo quien se casa con ella, ¿qué gano yo? ¡Nada! Pues entonces, me es igual.

MUJER 1ª.- ¡Vaya un corazón!

ZABULON.- A mí lo que me importa son mis mercancías, cambiar mucho dinero para ganar mucho oro; y no que a Marietta se la lleve el Dux, o Paolo, o el mismísimo demonio.

(En las últimas palabras ha aparecido Marco y las ha escuchado)

MARCO.- ¿Qué hablas ahí de Marietta y de mi amigo? (Toma una espada de manos de su criado y se dispone a luchar) ¡En guardia!

ZABULON.- (Con desdén) Entiéndete con éstos. {Mutis, contando su oro)

MARCO.- ¡A ver! ¿Con quién me tengo que entender? ¿Quién cruza su espada con la mía?

(A los gritos de Marco se acercan unos cuantos hombres y mujeres)

MOZO 1º.- Eran éstas las que murmuraban.

MARCO.- (Volviendo a su posición natural y dándole la espada al criado) Bueno; si eran las bocas chiquitas las que hablaban, no me incomodo.

MOZO 1º.- (Burlón) No, hombre, cálmate.

MARCO.- Por tratarse de mujeres. ¡Si no...! (Se vuelve como buscando al criado para tomarle la espada, pero ya no lo encuentra, y dice en tono natural:) ¿Y qué se murmuraba?

MUJER 1ª.- Hablábamos de la boda de Marietta con el Dux.

MUJER 2ª.- Pero como no sabemos la historia completa...

MUJER 1ª.- Tenemos que inventarla.


MARCO.- ¿Y por qué en vez de inventar historias no os vais a casita a cuidar de vuestros maridos, que es donde estáis haciendo falta?

MUJER 1ª.- Porque no nos da la gana.

MARCO.- ¿Que manera de contestar es esa?

MUJER 1ª.- Perdonad, señor Consejero...

MARCO.- Largo de aquí, o... (Todo el Coro, temeroso entre burlas y veras, va saliendo hasta dejarlo solo, Marco queda en actitud arrogante, como si acabara de ganar una batalla. Las últimas mujeres que salen ven avanzar por entre los puestos a Rosina)

MUJER 1ª.- (Ya haciendo mutis y refiriéndose a Rosina) Adiós, Marco.- A ver si a. ésa la despachas con tanta energía. ¡Ja... ja... ja!

MARCO.- (Viendo a Rosina, aparte) ¡Mi mujer! (A Rosina) Ya, ya me estaba a mi pareciendo raro que no dieras conmigo.

ROSINA.- Para dar contigo no hay que ser ningún lince; basta con buscarte en este mercado. Pues si sabes dónde estoy, ¿para que me sigues? Para convencerme de que no faltas de estos alrededores. Vamos a ver: ¿qué es lo que tienes tú que hacer por aquí?

MARCO.- ¿Pero no sabes que yo he de ir por los mercados, que es donde se reúne la gente, para dar mis lecciones de esgrima, con lo que hace algún tiempo que vamos saliendo adelante?

ROSINA.- ¡Mentira!

MARCO.- ¿Eh?

ROSINA.- ¡Mentira! Nosotros no necesitamos para vivir que tú des lecciones de nada. Además, no sabes manejar ningún arma, y, sobre todo, a ti te da miedo hasta matar una gallina.

MARCO.- ¡Rosina!

ROSINA.- Tú haces por aquí algo más.

MARCO.- Te juro que no.

ROSINA.- ¡Está bien! Mañana vendré yo cuando ofrezcas tus lecciones, voy a tomar yo la espada y te voy a dar una paliza que te vas a creer qué estamos, en casa.

MARCO.- ¡Rosina!

ROSINA.- Pues ahora mismo me vas a decir tu secreto.

MARCO.- ¡Imposible!

ROSINA.- Luego lo hay.  

MARCO.- ¡Si a las mujeres se les pudiera confiar todo!

ROSINA.- Pero, ¿qué ocultas tú que yo no pueda saber?

MARCO.- ¡Misterio! ¡Misterio!

ROSINA.- (Haciendo una transición y pasando del tono violento al más dulce y cariñoso) Anda, maridito mío; cuéntame eso, que debe de ser interesante. Te prometo ser muda.

MARCO.- ¡Imposible! Son intereses muy graves; algún día lo sabrás.

ROSINA.- Está bien; pues tampoco te puedo yo descubrir mis secretos. No; no me preguntes nada, porque nada te diré. (Con mucha intención) Y son también intereses muy graves. Y también algún día lo sabrás. Porque como los hombres sois tan listos, acabarás por saberlo todo. (Marcando cada sílaba)

MARCO.- (Alarmado) ¿En? ¿Qué quieres decir?

ROSINA.- Pero será tarde...

MARCO.- ¡Oye! ¡Poco a poco!

ROSINA.- Adiós, Marco; perdóname si te he molestado buscándote. Te dejo entregado a tus graves ocupaciones.

MARCO.- ¿Dónde vas?

ROSINA.- ¡Misterio!

MARCO.- ¡Rosina!

ROSINA.- No te disgustes, hombre. ¿Un abrazo?

MARCO.- (Abrazándola y suplicante) Rosina...

ROSINA.- Puede que sea tarde. Adiós. (Aparte) Ahora me sigue. (Mutis)

MARCO.- Escucha... Rosina... (Ella desaparece, y él se rasca la cabeza preocupado) ¡Demonio! (Duda si debe seguirla; pero al fin hace un gesto significativo y se queda) ¡Bah! (Sale de su casa, que es la de la izquierda del actor, Marietta, y hace señas a Marco para que se acerque)

MARIETTA.- ¡Marco! ¡Escucha!

MARCO.- (Asustado) ¡Ah...! Caray, me has asustado. ¿Qué quieres, Marietta?

MARIETTA.- ¿Viste a Paolo?

MARCO.- ¡Sí, sí! Cualquiera lo encuentra. Y eso que para encontrarle desplegué toda mi astucia y puse en juego todo mi valor... A tres o cuatro desgraciados que se interpusieron en mi camino les tuve que dar pasaporte para el otro mundo.

MARIETTA.- ¡Horror!

MARCO.- No, no te asustes, que aun cuando haya sangre hasta en el pomo de mi espada y yo sea un león...

MARIETTA.- Bien, bien; ¿pero Paolo?

MARCO.- ¿Paolo? ¿Dijistes Paolo? ¡Ah! sí, es verdad, lo había olvidado, y es que el olor de la sangre me enardece...

MARIETTA.- ¿Le viste o no?

MARCO.- ¿Quieres que te diga la verdad? ¿Lo quieres?

MARIETTA.- Sí, hombre, sí, acaba...

MARCO.- Pues mira, sin ambajes ni rodeos, a Paolo... ¡no lo he visto!

MARIETTA.- (Resignada) ¡Cómo ha de ser! (Ensimismada) Por él sufro; por él sufriré siempre; toda mi vida si es preciso...

(Música)

MARIETTA
Ya muerto está
mi amor en flor,
jamás vendrá
mi dulce amor.
Tristeza yo siento en mi alma,
y en mis dolores
siempre cantaré amores.
Marchito amor
que huyó de mí,
un gran dolor
dejando aquí.
¡Ah! Paolo,
aquí llorando moriré,
aquí llorando moriré.
La, la, la, la, la, la.
Pobre paloma
que estás prisionera
en tu palomar,
y tras de tu amor
no puedes volar;
muere aquí presa
la Dogaresa.
La, la, la, la, la, la.
Pobre Paolo,
que estás triste y solo,
en tanto que aquí
de pena y dolor
yo muero por ti.
Ven a mi lado,
ven, dueño amado.
Ven a mi lado,
ven, dueño amado;
La, la, la, la, la.
Confiada aquí espero,
la, la, la, la, la,
a que vuelva a mi reja
la, la, la, la, la,
el audaz gondolero.
¡Ah! la ¡Ah!
La, la, la, la,
la, la, la, la.
Tristeza yo siento en mi alma,
y en mis dolores
siempre cantaré amores.
Marchito amor
que huyó de mí;
un gran dolor
dejando aquí.
¡Ah! Paolo,
aquí llorando moriré;
por él mi vida yo daré.

(Hablado)

MARCO.- Bueno, bueno; no sigas, Marietta, porque aun cuando soy un león, en cuanto veo llorar a una mujer pierdo la serenidad y... la entrego. (Llora cómicamente) Vamos, que me convierto en un perro de lanas.

MARIETTA.- Oigo pasos...

MARCO.- No lo quiera la Madonna. Tú bien sabes que si nos ven preligran tres cabezas... La tuya, la de Paolo y la de este tigre... ¿He dicho tigre? (Nervioso e intranquilo) ¿He dicho que estamos en peligro? ¿No te he dicho que te retires? ¡Pronto,
o no respondo de mí!

MARIETTA.- (Retirándose) Y si luego te necesito, ¿te llamo?

MARCO.- Pues no respondo; digo, sí; pero vete, vete... (Al ver que ella se retira) ¡Ah! (Suspirando) Yo soy muy valeroso, temerario, un león, un tigre, un chacal; pero la verdad, no me haría maldita la gracia que me disecasen.
(Marietta ha hecho mutis al terminar la música. Queda Marco solo y pensativo en escena, apareciendo a poco Rosina por el lado opuesto al que hizo mutis)

ROSINA.- (Aparte y viendo a Marco) Pues no me ha seguido. No, pues yo averiguo que es lo que tanto le preocupa. (Se sienta debajo de los soportales, apoyándose en una de las columnas y tapándose la cabeza con el manto, quedando en la misma actitud que un mendigo)

MARCO.- Tengo una inquietud... ¿Qué será de Paolo? (viéndolo avanzar por los soportales) ¡Ah!, Paolo, al fin te encuentro.

PAOLO.- .- ¡Marco amigo!

MARCO.- ¿Dónde diablos has estado? Ocho días hace que te busco sin ocuparme de mi casa. Como que mi mujer está furiosa y me amenaza, y... ¡Nada!, que por ocuparme en que te cases tú, me voy a encontrar yo descasado.

PAOLO.- ¿Ocurre algo nuevo?

MARCO.- Nuevo y muy grave. Antes de tu desaparición llegaron ya al Dux noticias, más o menos ciertas, de que Marietta tenía un galán. Después, no sé quién, ha debido enterarle a fondo; la firmeza de sus amores ha sido pintada al Señoría de Venecia: tu nombre, en fin, ha sonado...

PAOLO.- Lo sabía, o más bien lo sospechaba, y por eso me oculté. Quería borrar esas sospechas, si aun era posible, y a un tiempo meditar...

MARCO.- Todo es inútil. El Dux está cada vez más loco por ella y ha decidido hacerla su esposa.

PAOLO.- ¡Su esposa!

MARCO.- Ya no es un secreto para nadie. Esta mañana, hace un momento, se contaba aquí en la plaza pública, y vuestros nombres corrían de boca en boca.

PAOLO.- ¡Yo lo impediré! Hablaré al padre de Marietta y seguramente estará de mi parte; tiene obligación de ello. Me la prometió cuando le salvé la vida...

MARCO.- Solamente que ahora también es para él cuestión de salvar la piel. ¡Quién se opone al deseo de uno de estos señores de vidas y haciendas!

PAOLO.- ¡Pues la robaré esta noche!

MARCO.- Será tarde. Caramba, esto es lo mismo que me
dice a mí Rosina: ¡Será tarde!

PAOLO.- Entonces, ¿no hay solución?

MARCO.- Dentro de muy poco vendrá la comitiva para conducirla a Palacio.

PAOLO.- ¡A Palacio!

MARCO.- Sí; para que vaya acostumbrándose a la vida de corte, hasta el día de la boda. Su estancia en el Palacio del Dux la va ennobleciendo, la hace olvidar, y, sobre todo, teniéndola cerca no la pueden burlar tan fácilmente.

PAOLO
¡Pues no será! Yo se la arrebataré o moriré en
la empresa.

(Música)

PAOLO
Pondré en la empresa
mi fe y mi honor,
y si al cabo salgo vencedor,
es tu cariño la recompensa.
Y si hoy sombras tiene
el alma mía,
luz y alegría
serán su amor.
¡Ah!
Yo mostraré a la Corte
mi indómita pujanza,
y habrá memoria
de mi venganza.
Yo arrasaré Venecia,
y al poder de mi brazo
la corte necia
sucumbirá.
Amor del alma mía,
tan grande es mi tristeza
como han de ser un día
mi arrojo y mi fiereza.
He de alcanzar,
adorada mujer,
mis amores salvar
contra todo poder.
Alma y arrojo pondré;
no me faltará valor
y triunfar lograré.
¡Ah!
Yo arrasaré Venecia,
y al poder de mi brazo
la corte necia
sucumbirá.
Por su amor lucharé;
no tendré temor,
porque busco en premio
la luz de tu amor.
Y la luz de tu amor
brillará mejor
si sabe avivarla
mi dulce calor.
Luchar, mi adorada,
será un honor;
pelear yo sabré
por salvar su amor.
Tu salvador seré,
y al pelear
yo triunfaré.

(Hablado)

MARCO.- ¿Ves tú? Por esto te buscaba, y por eso no me separaré de tu lado. Me he propuesto que no hagas locuras, y todo lo que proyectas te costaría la vida. ¡Nos costaría la vida a los dos!

PAOLO.- A ti no; no quiero que te sacrifiques por mí.

MARCO.- Oye, Paolo; mi opinión es que hay que dejar toda violencia. Hay que obrar con astucia o renunciar a la partida. Nuestro adversario es demasiado poderoso.

PAOLO.- ¡Oh, basta!

MARCO.- Bien; ya veo que no quieres escuchar razones. Pues seremos dos a hacer locuras. Meditemos una solución y yo te prometo que la llevaremos a cabo por diabólica que parezca.

PAOLO.- Gracias, amigo mío.

MARCO.- (Al apretarle a Paolo las manos con efusión, observa a Rosina, que se ha levantado del suelo, y quitándose el manto que cubría su cara se dirige a ellos) ¿Otra vez? ¡Caramba! ¿Qué vienes a hacer aquí?

ROSINA.- Me había propuesto saber en qué andanzas estabas metido, y ya lo sé; para una mujer enamorada y celosa no hay secreto posible.

MARCO.- ¡Una delicia! Bueno; pues ahora, como este secreto salga de ti, ¡te desuello!

ROSINA.- Voy a probarte que tu mujer vale más de lo que tú crees; que no solamente sabe guardar un secreto, sino que puede llegar a ser a una aliada temible y poderosa.

PAOLO.-Gracias, Rosina.

ROSINA.- Has hecho mal en no contar conmigo desde un principio.

PAOLO.- ¿Qué te propones?

MARCO.- ¡Dios nos asista!

ROSINA.- Calla, desconfiado. Lo que no se os ha ocurrido a vosotros todavía se me ha ocurrido a mí. Tengo un plan. (A Marco, muy zalamera) Marco, Marquitos, te perdono tu reserva de antes, y de aquello de ¡será tarde! no tengas miedo, hombre, que no hay cuidado.

MARCO.- Bueno, déjate de zalamerías aquí; eso en casita. ¿Dices que tienes un plan?

ROSINA.- Que os comunicaré cuando estemos solos.

PAOLO.- Pues, ¿quién nos oye?

ROSINA.- ¡Torpes! Mirad quién viene por allí.

PAOLO.- ¡Miccone! Ese bribón...

MARCO.- Con Zabulón, que es más bribón todavía. (Paolo y Marco intentan irse, pero Rosina los detiene y dice:)

ROSINA.- No; aquí para observarlos. (Se ocultan los tres dentro de uno de los puestos del mercado, que ahora están vacíos, y llegan Zabulón y Miccone)

MICCONE.-  En fin de cuentas, Marietta no está decidida, ni mucho menos, a aceptar por la buena su boda con el Dux.

ZABULON.-  Estar... no lo está. ¿Para qué he de engañarte? Pero tengo la esperanza de irla convenciendo más adelante. Ya, por lo pronto, se encuentra resignada.

MICCONE.-  Y con el padre parece que tampoco has adelantado gran cosa.

ZABULON.- ¡Oh! El padre... está de nuestra parte. Tú mismo te convencerás de que no he perdido el tiempo. Es decir, hasta ahora... (Haciendo con la mano un signo que exprese que no ha cobrado) no lo he ganado. Pero si; como me prometiste, la recompensa es buena y no se hace esperar...

MICCONE.-  ¡Judío del demonio! ¿ Pero tú no piensas más que en el oro?

ZABULON.-  Pues, ¿en qué quieres que piense?

MICCONE.-  Yo creí que trabajabas en este asunto por odio a Paolo o por amor a la Señoría.

ZABULON.-  ¡Por odio! ¡Por amor! ¡Qué candidez! Yo no comprendo que se ame a una persona más que mientras paga, ni que se la odie más que mientras debe. El odio y el amor son cosas circunstanciales. (Repite el signo de antes)

MICCONE.-  ¡Miserable! 

ZABULON.-  Yo no soy rico como tú para sentir pasiones de balde; soy... un pobre industrial que... vive de su trabajo..! (Extiende hipócrita y tímidamente la mano)

MICCONE.-  (Poniendo con desprecio en ella un bolsillo) ¡Toma, renegado!

ZABULON.-  Gracias. (Con resignación irónica) Que tu mano izquierda ignore lo que escucha tu oído derecho. (Se guarda cuidadosamente el bolsillo y luego dice con sorna:) ¿Ves? Tú no sólo aborreces de balde, sino que te cuesta el dinero. ¡Ja... ja! No sé si admirarte o compadecerte.

MICCONE.-  (Exaltado) ¡No! ¡Compasión, no! Justamente, mi odio, mi odio infinito, nació con la primera palabra compasiva que mi razón pudo apreciar. Cuando me di cuenta de quién era yo, de mi figura y de mi porvenir en el mundo, los perros del odio que dormitaban despertaron enfurecidos. ¡La jauría del odio I Son perros rabiosos que se acallan a veces en la soledad y en el silencio; pero que al menor ruido se revuelven feroces, y sus ladridos resuenan en mi cerebro y hacen crujir los huesos de mi cráneo, ensordeciéndome, enloqueciéndome dominando toda otra idea que no sea aborrecer, destruir... ¡Odio! ¡Excelso odio! Es mi compañero de por vida, mi amigo. ¡Mi único amigo! (Se oculta la cara con las manos y llora rabiosamente)

ZABULON.- Miccone, repórtate. Pueden observarte. ¿Qué dirían si vieran llorar al bufón de Su Señoría el Dux de Venecia, al más gracioso juglar de que hay memoria, a Miccone?... Un bufón que llora... ¡Qué absurdo! (Con insidia) Tal vez alguien podría pensar que tras esas lágrimas de fuego, tras ese rencor infernal, hay algo que es más fuerte que el odio.

MICCONE.- ¿Más fuerte que el odio?

ZABULON.- Sí; el amor.

MICCONE.- (Desconcertado) ¿Qué dices? ¿De qué amor quieres hablar? (Cogiéndolo violentamente de un brazo) ¡Responde; di pronto! ¿Qué he hecho yo? ¿Qué he dejado adivinar para que pronuncies esas palabras? ¡Ahora mismo vas a explicarte o te ahogo! (Hace una transición, lo sujeta y le dice con desprecio:) No; te daré más dinero. ¡Habla, víbora!

ZABULON.- No te exaltes; esta vez voy a complacerte sin merma de tu bolsa, y te demostraré que en este mundo nada se hace sin un fin interesado. Yo persigo el oro; tú el amor de una mujer.
  
MICCONE.- ¡Mientes!

ZABULON.- Y esa mujer es Marieta.

(Música)

ZABULON
Inspiras risa así.

MICCONE
¿Que inspiro risa yo?
(Sin duda este taimado
mi secreto descubrió)

ZABULON
Me burlo yo de ti.

MICCONE
De mí quien se burló,
la vida con sus risas
en mis manos se dejó.

ZABULON
¿Por qué te exaltas tanto
cuando es buena mi intención?
Cuando uno es feo
no enciende deseo
ni inspira pasión.

MICCONE
Tu burla me hace daño,
viejo astuto y socarrón,
y me envenena
que no te da pena
del pobre bufón.

ZABULON
Me río a mi pesar.
¡Ja, ja, ja, ja!

MICCONE
Pues teme que el juglar
no sepa contener
la cólera y la rabia
que agitando está en su ser.
La indignación por esa burla
yo no sé vencer.

ZABULON
No gano nada con la risa
y ya serio estoy.

MICCONE
Si no te mofas de mi pena
ya tu amigo soy.
(Dejó su amor adivinar
este infeliz juglar)
Si una mujer nos enamora,
su amor siempre alegra nuestra vida,
porque ella quisiera al que la adora
cantar, reír, gozar.
Esa mujer ha conseguido
dichosa volver mi vida triste;
la luz de sus ojos soñadores
será el encanto de mil dolores.
Mi amor por Marietta
mi vida tiene inquieta,
llena de celos
de todo el que la mira,
del aire que respira.
Y hasta los cielos me enloquecen
cuando sus ojos resplandecen.
Tal es mi historia.
Será completa mi gloria
si me ama Marietta.

MICCONE y ZABULON
Si una mujer nos enamora,
su amor siempre alegra nuestra vida,
porque ella quisiera el que la adora
cantar, reír, gozar.

MICCONE
Esa mujer ha conseguido
dichosa volver mi vida triste;
la luz de sus ojos soñadores
será el encanto de mis/tus dolores.

(Hablado)

MICCONE.- Pues bien; sí, maldito judío, demonio, brujo o lo que seas, has adivinado el secreto de mi vida; ten sabido que si lo descubres pagarías con la tuya.

ZABULON.- El venderte a mí no me valdría nada.

MICCONE.- Ese amor imposible es el que me ha impulsado a apartarla de Paolo, despertando en el viejo Dux la idea de hacerla su esposa. Así la tendré cerca de mí, la veré a todas horas. Será mi padecer constante; pero será mi única alegría.

ZABULON.- Sin contar con que la sumisión de Marietta al viejo no puede inspirarte los mismos celos que el verla unida al elegido de su corazón.

MICCONE.- A pesar de todo, temo que su amor por éste encuentre medios para burlar nuestra vigilancia. Conoces a alguien en quien pudiéramos confiar? ¿Alguien que, colocado al servicio dé la futura Dogaresa, me tuviera al corriente de todos sus actos? Un paje, por ejemplo…

ZABULON.- Que tendría buena retribución...

MICCONE.- La que quisiera. 

ZABULON.- ¡Oh! La que quisiera... Si yo mismo...

MICCONE.- (Con asombro despreciativo) ¡Tú!

ZABULON.- Bien, bien, buscaré un joven inteligente, apuesto y de toda confianza; pero será difícil, habrá que hacer gastos...

MICCONE.- Ya sabes que pago bien. Sólo quiero que mi plan se realice, que sus pasos me sean conocidos, que sus pensamientos me sean familiares, que no mire sino la que yo la. deje ver, que el aire mismo que la rodea sea hechura mía. Ya que no pueda aspirar a poseer su alma, que su vida, al menos, me pertenezca.

ZABULON.- Esa es una propiedad que no pondría rico a nadie; >pero como no haga gabelas ni adehalas... En fin, si tal cosa te hace feliz, no pierdas tiempo, entra a prevenirla de la dicha que le preparas. El padre, como te dije, está complacidísimo y así se lo comunicó ya a su Señoría; y ella, ¿qué ha de hacer? Es una blanca paloma codiciada por el Dux, temible cazador que dispone de un halcón tan fuerte y tan astuto como tú.

MICCONE.- ¡Pobre halcón! Condenado siempre a hacer bellas presas para gloria de su dueño.

ZABULON.- (Con ironía) ¿De qué te quejas? El provecho será para el cazador, pero la gloria es del halcón. Ve, la paloma está ahí mismo.

MICCONE.- (Con amargura: irónica) Sí; vuelo a precipitarme sobre mi presa. Será mi gran triunfo: un triunfo de ave de rapiña. Voy a llevarla a los brazos de otro. ¡Ya ves si hoy debo estar contento! ¡Ja... Ja!... (Mutis a la casa de Marietta)

ZABULON.- (Sonando el oro recibido) ¡Y yo!
(Zabulón queda mirando el sitio por donde Miccone ha hecho mutis, y por el otro lado salen de su escondite Rosina, Paolo y Marco, que hablan entre sí en voz baja, sin ser vistos por Zabulón)

MARCO.- ¡Vaya un par de bribones!

PAOLO.- Tal para cual.

ROSINA.- Ya os dije que no perderíamos el tiempo escuchándolos.

MARCO.- Yo no veo que...

ROSINA.- ¡Qué lince tengo por marido! Dejadme.

PAOLO.- ¿Qué vas a hacer?

ROSINA.- Confiad en mí.

PAOLO.- Pero...

MARCO.- Confía en ella, hombre; confía en ella. (Marco y Paolo hacen mutis. Rosina se acerca a Zabulón y le toca de un hombro)

ZABULON.- ¿En?

ROSINA.- Acabo de oír... Casualidad nada más, pura casualidad, la conversación que has tenido con Miccone.

ZABULON.- ¡Cómo! ¿Has sabido...?

ROSINA.- No temas. Aunque mujer, sé guardar un secreto. A condición, naturalmente, de que se satisfagan todos mis caprichos; porque si no, ¡me vuelvo de lo más parlanchina!...

ZABULON.- Perdemos el tiempo. ¿Qué es lo qué pretendes?

ROSINA.- Quiero proponerte una persona para ocupar el puesto de paje que tienes que proveer.

ZABULON.- ¿Es persona de fiar?

ROSINA.- Fiel como un perro.

ZABULON.- ¿Lista?

ROSINA.- Como el hambre.

ZABULON.- ¿Exigente?  

ROSINA.- Su soldada la cobrarías tu íntegra.

ZABULON.- ¿Yo? Bien, bien. ¿Buena presencia?

ROSINA.- Un pimpollo. Tú mismo puedes juzgar; delante la tienes.

ZABULON.- ¿Dónde?

ROSINA.- Aquí. Yo, soy yo.

ZABULON.- ¿Estás loca?

ROSINA.- Yo me ofrezco para que me presentes a Miccone como el paje deseado. Si no, ya sabes, me vuelvo de lo más parlanchina... ¿Aceptas?

ZABULON.- ¡Pero una mujer....!

ROSINA.- Que cuando esté vestida de paje parecerá un chico.

ZABULON.- ¡Imposible!

(Música)

ZABULON
No es posible lo que pretendes,
que no me ofreces dinero
y no escucharte prefiero.
Y además de que ahora me ofendes
Miccone puede notarlo.
¡Horror me da de pensarlo!

ROSINA
Eso es muy fácil, señor;
ser el paje yo quiero.

ZABULON  
¡Jamás!

ROSINA
Y yo os ofrezco...

ZABULON
¿El qué?

ROSINA
Tendréis dinero.

ZABULON
Al fin me ablandarás.

ROSINA
Pronto podréis ver, señor,
Cómo yo soy un chico.

ZABULON
¡Por Dios!

ROSINA
Yo os prometo...

ZABULON
¿El qué?

ROSINA
Haceros rico.
Mi papel de paje representaré
y a la Dogaresa yo vigilaré.
Miradme bien, con atención,
veréis que esbelta es mi figura
Yo con mis canciones
los entretendré
y en la Corte bailaré.

ZABULON
Por servirte a ti, chiquilla,
bailo yo de coronilla.

ROSINA y ZABULON
Pues los dos entonces
vamos a bailar
y ante el Dux disimular.
Tan gentil mujer
paje allí será
y en la Corte reinará.

ZABULON
Me parece que la cabeza .
podemos ambos jugarla
con tu atrevida proeza.
Gran cariño tengo a la mía,
y no quisiera arriesgarla
por una superchería.

ROSINA
No tengáis miedo, señor,
que yo soy animosa.

ZABULON
¡Y qué!

ZABULON
¡Y qué!

ROSINA
Y por tal cosa...

ZABULON
¿El qué?

ROSINA
Daré un tesoro.

ZABULON
Muy grande es tal razón.

ROSINA
Pronto verás, Zabulón.
cómo yo soy un chico.

ZABULON
¡Por Dios!

ROSINA
Me da su oro.

ZABULON
¿El qué?

ROSINA
Y os hace rico.
Mi papel de paje representaré
y a la Dogaresa yo vigilaré.
Miradme bien, con atención,
veréis qué esbelta es mi figura.
Yo con mis canciones
los entretendré
y en la Corte bailaré.

ZABULON
Por servirte a ti, chiquilla,
bailo yo de coronilla.

ROSINA y ZABULON
Pues los dos entonces
vamos a bailar
y ante el Dux disimular.
Tan gentil mujer
paje allí será
y en la Corte reinará.
Pues los dos entonces
vamos a bailar
y ante el Dux disimular.
Tan gentil mujer
paje allí será
y en la Corte reinará.

(Mutis los dos con la música)

(Hablado)

(Aparecen por donde se fueron Marco y Paolo, que los ven marchar)

PAOLO.- Lo ha convencido. Se lo lleva con ella.

MARCO.- Ya te dije que confiaras. (Aparte) ¡Dios mío! ¿Qué se le habrá ocurrido a mi mujer? (Recordando sus frases de antes) ¿Será tarde? ¡¡No!! ¡Eso no! (Se escucha a lo lejos rumor de muchedumbre, campanas, clarines, atabales, etc.)

PAOLO.- ¿Qué es eso?

MARCO.-. Vamos de aquí.

PAOLO.- ¡No! ¿Es quizá?...  ¡Ah! , sí; vienen a buscar a Marietta para llevarla a Palacio.

MARCO.- No; digo sí; que no sé lo qué me digo.
Bueno, vámonos, es lo mejor.

PAOLO.- Déjame, seré fuerte para dominarme; pero quiero verla, quizá la última vez de mi vida. (Se apoya abatido en el hombro de Marco, quien, cómicamente pugna por contener las lágrimas)

(Música)

(La comitiva entra en escena precedida de timbales; la componen damas y caballeros de la Corte y soldados del Dux. Cuatro servidores traen un trono de manos, y detrás de todos viene el pueblo. A su tiempo sale de su casa Marietta, seguida de sus familiares y de Miccone)

CORO
El tambor con su son expresa
que se llevan a la Dogaresa.
¡Viva, viva, viva, viva, viva!
El tambor con su son expresa
que se llevan a la Dogaresa.
¡Viva, viva, viva, viva!

PAOLO
He de sufrir la humillación
de verla partir.

ROSINA
Sabré buscar la solución
y hacerte triunfar.

CORO
Han de llegar sin cesar
hasta el Dux nuestro aplauso
y nuestra adhesión.
Salud, saluda salud, salud,
El tambor con su son expresa
que se llevan a la Dogaresa.
¡Viva, viva, viva, viva, viva!
Contra el señor no hay quien pueda luchar;
con el Dux, que Marietta aborrece,
se habrá de casar.

(Salen de la casa Marietta y Miccone)
MICCONE
Gentil Marietta,
ya vienen por ti;
la Corte te aguarda
y dueña serás allí.

(Aparte)

Gentil Marietta,
mi plan conseguí,
te tengo sujeta,
serás para mí.

CORO
Tu rostro ya expresa
lo alegre que vas,
serás Dogaresa
y pronto triunfarás.
(A ser Dogaresa con pena te vas
y antiguos amores sacrificarás)

MICCONE
El señor te quiere por esposa.

MARIETTA
Tal homenaje yo no merezco.

MICCONE
Sus mandatos el bufón respeta.

MARIETTA
El Dux lo manda, yo le obedezco.

PAOLO
Aunque el Dux está caduco y viejo,
del tal Miccone sigue el consejo;
pero es tan firme mi voluntad,
que he de devolverte yo la libertad.

MARIETTA, PAOLO, MICCONE y ZABULON
 El señor me quiere por esposa;
tal homenaje yo no merezco
por ser Marietta la más hermosa.

MARIETTA
(Aparte) Mi gondolero dudar no puede.
de que lo quiero con inmenso amor.

MAYORDOMO
Será feliz con tan gentil mujer.

MARIETTA
(Aparte) Se muere mi amor
de pena y dolor.

PAOLO
(Aparte) Por verla feliz tras ella he de correr,
sabré dominar por siempre al traidor,
pues la rabia en que me enciendo
a mi oído va diciendo:
¡Matar!

MICCONE
La sigo siempre con ilusión;
es para ella mi corazón.

ZABULON
¡Qué pillo es el bufón!

MICCONE
(Oculta tu pasión)

(Para sí mismo. Todos arrojan flores. Marietta toma una rosa)

MARIETTA
Las flores de mil colores
que son la vida mía,
emblema son de mis amores
y al aspirarlas me da alegría.
Las flores de mil colores
que son la vida mía,
emblema son de mis amores
y está en las flores mi alegría.
Cantar con pasión ardiente,
gustar de la flor la esencia,
querer con amor vehemente,
llorar del amor la ausencia.
¡Ah! Las flores de mil colores
que son la vida mía,
emblema son de mis amores
y está en las flores mi alegría.
Al partir no te olvidaré
y tu amor siempre guardaré;
mis amores de otros días
jamás olvidaré,
la, la, la, la, la, la, la, la,
la, la, la, la, la,
mis amores de otros días
jamás olvidaré.

MARIETTA y PAOLO
¡Al partir no te olvidaré.

MICCONE y ZABULON
¡De su amor ya se olvidará.

CORO
Al partir, al partir no se olvidará.

MARIETTA y PAOLO
Y tu amor siempre guardaré.

MICCONE y ZABULON
De su amor siempre guardará.

CORO
Al partir, al partir no te olvidará.

MARIETTA y PAOLO
Mis amores de otros días
jamás olvidaré.

MICCONE y ZABULON
Al entrar en otra vida
ya nada quedará.

MARIETTA
La, la, la, la, la, la, la,
siempre guardaré
la, la, la, la,
a, a, a, a, a, a, a,
jamás olvidaré.

TODOS
¡Amor!
Despierta en el corazón.
¡Amor! ¡Amor! ¡Amor!

MICCONE
(A la servidumbre)
En marcha ya.

ZABULON
Del oro, Zabulón,
oirás su dulce son,
oirás su dulce son.

MICCONE
El Dux espera ya.

CORO
Y ya impaciente está.

(Inician el mutis)

En marcha, pues,
para marchar,
y al celebrar,
tan fausto día,
tan fausto día,
cantar, reír y gozar.

MICCONE y ZABULON
Si una mujer nos enamora,
su amor siempre alegra nuestra vida.
La luz de sus ojos soñadores
será el alivio de mis dolores.

PAOLO
(Viéndolos marchar)
Mi sino será matar,
matar, matar.
Es mi alegría
saber que muy pronto
vendrá un nuevo día.
Verla marchar
me causa emoción;
quisiera llorar.
Se va mi cariño
y sólo quedo aquí
y todo lo perdí.
No he de verte más, Marietta,
por siempre ya mi dicha perdí.
(En el momento indicado en la partitura, Marietta sube al trono y es conducida a Palacio entre los vítores de la multitud. Los últimos que hacen mutis son los soldados y Miccone, que no ha perdido de vista un instante a Paolo. Este queda en escena un momento solo con Marco, mientras va cayendo lentamente el telón)


FIN DEL PRIMER ACTO



ACTO SEGUNDO

CUADRO PRIMERO

Atrio del Palacio del Dux, con puertas en ambas laterales. Al fondo y ocupando como la mitad del escenario, en el centro de' éste, amplia escalinata sobre el Canal, practicable. En uno de los lados dos sillones, en los que están sentados Marietta y el Dux rodeados de toda la Corte, que está de pie. También están en escena Rosina, vestida de paje, y sus cuatro compañeros, y luego Miccone a su tiempo. Luz de caída de la tarde.

(Música)

CORO
Grande fiesta hoy
la del Dux será,
el juglar cantará.
Grande fiesta hoy
la del Dux será,
el bufón cantará.
Que alegre con sus cantos esta fiesta,
grande fiesta hoy la del Dux será.

MARIETTA
No merezco tanto honor.

CORO
Tan sólo está por vos
grande fiesta hoy
ya dispuesto
la del Dux será.
              
DUX
Lo hago todo por tu amor.

MICCONE
(Saliendo)
El bufón ansia,
sólo divertiros
con su fantasía;
dame, señor, licencia;
diré, señores,
en un momento,
de una pastora el cuento
de sus amores
que yo escuché.
Y si el cantar
os llega a interesar.
contento yo quedaré.
Un conde fue
señor feudal,
y a la pastora,
que fue su amante,
gentil zagal
la enamoró
y la pastora
con él huyó.
Por entre el bosque
los dos huían
cantando amores,
mas no advertían
que en un caballo
que galopaba,
furioso el Conde
les persiguió.
El jinete rugía de celos;
pretendía la afrenta vengar
y pensaba en matar.
Y aquel cruel
señor feudal,
a la pastora
y al inocente
gentil zagal
los alcanzó;
y sin oírlos
los condenó.
El zagalillo,
con voz dolorida,
así cantaba
su triste canción,
que demostraba
su emoción:
La, la, la, la,
canta, zagal, tus amores
entona tu canción,
la, la, la, la,
Canta, zagal, tus amores,
entona tu canción.
Pastorcilla, pastorcilla, pastorcilla,
quiéreme, quiéreme, quiéreme, quiere
con ternura y con pasión.
Caballero poderoso y justiciero,
mátame, mátame, mátame, mata
sin ninguna compasión.
El amor que yo sentí
fue mi ansiedad,
por él perdí, por él perdí
la libertad.
La mujer que veis aquí
fue mi ilusión,
y preso yo también perdí
su corazón.
El zagalillo con voz lastimera
llorando pedía por ella perdón;
sé la muerte sufrir
que nada me importa
por ella morir.

CORO
El zagalillo con voz lastimera
llorando pedía para ella perdón;
sé la muerte, sufrir
que nada me importa
por ella morir.

MICCONE
La, la, la, la,
la, la, la, la, la,
la, la, la, la, la,
la, la, la, la, la,
Pastorcilla, pastorcilla, pastorcilla.
bésame, bésame, bésame, besa
con ternura y con pasión.
Caballero poderoso y justiciero,
hiéreme, hiéreme, hiéreme, hiere
en mitad del corazón.

CORO
Pastorcilla, pastorcilla, pastorcilla,
bésame, bésame, bésame, besa
con ternura y con pasión.

MICCONE
El zagal besando a su amada
sin temblar se arrodilló
y allí murió.
Alegrarse, señores,
que sólo fue cuento
y nada es verdad.

CORO
La, la, la, la, la, la, la,

MICCONE
La, la, la, la, la, la,
la, la, la, la, la, la,

CORO
La, la, la, la, la, la, la,

MICCONE
Nada es verdad.

(Hablado)

(Con la música han hecho mutis todos los personajes, excepto Marietta y el Dux y Rosina, que queda separada de ellos mientras hablan)

DUX.- (A la Corte) Salid, señores. (A Marietta) ¿Estás satisfecha?

MARIETTA.- Sí, Señoría.

DUX.- ¡Señoría! Siempre ese tono ceremonioso y frío; siempre indiferente.

MARIETTA.- Ya veis que pongo todo cuanto en mi mano está para seros agradable. Y sabré demostrar que la futura Dogaresa sabrá representar dignamente su papel.

DUX.- Nunca dudé de ello; pero...

MARIETTA.- ¿Qué podéis desear?

DUX.- Tu amor.

ROSINA.- (Aparte) ¡Pues no pide nada el viejo!

MARIETTA.- ¿No me "tenéis en Palacio? ¿No podéis disponer de mí a vuestro antojo con sólo fijar el día de de nuestra boda?

DUX.- Es verdad; y si ya no lo he hecho ha sido porque deseo ganar tu corazón, estar seguro de que correspondes a mi cariño. Qué, ¿podré esperarlo?

ROSINA.- (Aparte) Sentado.

MARIETTA.- Señor...

DUX.- Veo que vuelves a tu reserva estudiada, y te dejo para que medites bien tú situación. Yo puedo ser el esposo rendido y lleno de atenciones; pero no olvides que también puedo ser para ti el Dux, el señor, el amo. Que tu vida y tu cuerpo son patrimonio mío, como lo son la vida y la hacienda de todo veneciano. (Hay una pausa. Se va acentuando la obscuridad del atardecer y los arreboles del fondo son ya muy tenues) ¿No respondes?

ROSINA.- (Aparte) ¡Estaba por responderle yo!

DUX.- Es preciso poner término a esta situación, que empieza a ser ridícula para mí. Para decidirte a escoger entre el esposo y el señor, tienes un plazo hasta mañana. (Va hacia la puerta y desde allí repite con tono severo:) Ya lo sabes: hasta mañana. (Marietta y Rosina se inclinan respetuosamente, y el Dux hace mutis)

ROSINA.- (Imitando al Dux ridículamente y haciendo una exagerada reverencia) Hasta mañana... ¡Muy buenas tardes! (Se acerca a Marietta, que ha quedado pensativa, y le dice familiarmente:) No le hagáis caso.

MARIETTA.- ¿Cómo?

ROSINA.- Que este mañana tan cacareado y tan temeroso no llegará nunca, porque... ¡Bueno! Porque yo no quiero.

MARIETTA.- Pero...

ROSINA.- ¿Que quién soy yo, pobre pajecillo, para oponerme a los planes de tan gran señor? Pues... yo soy... ¡ése! El que puede convertir en humo los planes de la señoría.

MARIETTA.- ¡Habla, habla pronto!

ROSINA.- ¿Qué diríais de un viajecito a una bella isla del Archipiélago helénico? La mudanza de aires os sentaría a maravilla, porque está visto que el ambiente de Palacio no os prueba bien, ¿verdad?

MARIETTA.- ¿Te burlas de mí?

ROSINA.- ¿Yo? ¿Burlarme yo de vos, señora? ¡Hablo muy en serio! (Transición. En voz muy baja y muy insinuante:) Si Paolo viniera esta noche...

MARIETTA.- ¡Paolo!

ROSINA.- Si en el silencio de Venecia dormida escucharas a lo lejos el canto de su amor... Si lo vieras llegar en góndola al pie de esa escalinata, dispuesto a redimirte de este cautiverio... Si cuando todos descansan en Palacio, te tomara en sus brazos juveniles y te condujera a su embarcación para llevarte por el canal, hasta encontrar una
galera preparada para atrevesar el Adriático... Si cuando el Dux o el bufón vinieran por la mañana a saber de ti estuvieras camino de Grecia, a salvo del poder de estos verdugos... Si este paje hubiera combinado todo este plan por servirte, por agradar a Paolo y por odio a la tiranía del Dux y a la maldad de Miccone... ¿Verdad que todo ello parece un sueño, un dulce sueño?

MARIETTA.- ¡Oh, Dios mío! Pero, ¿quién eres tú?

ROSINA.- (Irónica) Soy el paje encargado de velar por vos, de espiar todos vuestros pensamientos para tener al corriente de ellos a los fuertes, a los amos. Y me parece que no desempeño mal mi cometido. Ese sueño encantador puede realizarse...

MARIETTA.- (Decidida) ¡Oh! Sí. Huir con mi .« Paolo, con mi amor. ¿Le has hablado? ¿Qué es de él?
¿Sufre con la ausencia? ¿Me recuerda? Llévame a su lado. (Transición) Pero no, aparta;
quizá he hablado más de lo que debiera y mi amor me ha vendido. Tú eres mi enemigo, como todos los que me rodean.

ROSINA.- Os equivocáis.

MARIETTA.- Y aunque fueras mi aliado, el paso que me propones podría costarle a él la vida. Déjame, vete, que él se salve y yo me sacrificaré por él y viviré muriendo entre estos esplendores.

ROSINA.- No digáis locuras; todo está previsto. El plan no puede fallar.
(La luna entra por las arcadas del fondo, iluminando el segundo término de la escena)

MARIETTA.- No, déjame.

ROSINA.- ¿No. veis que Paolo moriría de pena si os viera en brazos de otro? Confiad en mí. Pero aguardad; los Pajes llegan aquí; id a vuestras habitaciones y allí os hablaré. (Le toma el manto y le dice con zumba:) Vuestro espía no os puede abandonar un instante. (Los Pajes 1, 2, 3 y 4, van entrando cautelosamente. Marietta hace mutis y Rosina va tras ella llevándole cogido el manto, haciéndole reverencias y diciendo:) ¡Señora, señora...! (Los Pajes se ríen viendo las reverencias exageradas de Rosina)


PAJE 1º.- (Queriendo contener la risa y haciendo a los otros tres señas, que éstos no entienden) ¡Ja, ja, ja!

PAJE 2º.- ¿De qué te ríes de esta manera?

PAJE 1º.- ¡Chist!

PAJE 3º.- Pero, ¿a qué viene tanto misterio?

PAJE 1º.- ¡Tenemos aventura!

PAJE 4º.- Que me emplumen si te entiendo.

PAJE 2º.- Acaba de una vez.

PAJE 3º.-  Cuenta.

PAJE 4º.- Cuenta.

PAJE 1º.- ¿No habéis notado nada extraordinario en el nuevo paje?

PAJE 2º.- No.

PAJE 3º.- No me he fijado bien.

PAJE 4º.- (Marcando las formas exageradamente) Como no sea...

PAJE 1º.- Por ahí; que te quemas, que te quemas. El paje ese, no es ése.

LOS TRES.- ¿Eh?

PAJE 2º.- ¿Quién es entonces?

PAJE 1º.- Es... ¡esa!

LOS TRES.- ¡Eh!

PAJE 1º.- Más claro: es una mujer.

PAJE 2º.- Y tú, ¿cómo lo has descubierto?...

PAJE 1º.- Anoche, mientras se desnudaba en su habitación, yo miré casualmente y... Bueno, esto sería largo de explicar. El caso es que lo he descubierto, que vosotros lo sabéis y que ahora vamos a divertirnos.

PAJE 2º.- Mira que con las mujeres las bromas acaban siempre en amores.

PAJE 3º.- Pero tú has de jurarnos que no es una broma tuya, que es una mujer.

PAJE 4º.- Porque si no, los embromados seríamos nosotros.

PAJE 1.- (Con cómica solemnidad) Os juro que mis descubrimientos no dejan lugar a dudas. ¡Chist! Ya vuelve. (Sale Rosina)

(Música)

PAJE 1º
Callad, amigos míos,
dejémosle acercar;
si hacéis lo que yo haga
le vamos a embromar.
(A Rosina, que sale) Llega presto.

PAJES
Chusco es esto;
la bella niña nos la quiere dar.

PAJE 1º
Os presento al nuevo paje.

TODOS
Muy apuesto, muy modesto.

ROSINA
Dejad esa ironía,
que a veces llega a herir.

PAJES
Pediremos esta noche
que con todos vengas a dormir.

ROSINA
(Burlona) Yo aceptara de buen grado
vuestra proposición;
pero ya me han hospedado
solo en una habitación.
Vuestra amable compañía
tengo que rechazar,
porque es fácil que algún día
os llegara a fastidiar.

PAJES
(Contemplándola) Lindo paje.

PAJE 1º
(Aprovechándose para tocar a Rosina)
¡Qué tela más bonita!

PAJE 2º
¡Qué fino es el encaje!

PAJE 3º
(Estirando la malla sobre la pierna)
Aquí hace una arruguita.

PAJE 4º
(Pasándole un brazo por la cintura)
Pulido correaje.

TODOS
Qué bien su tipo está.

ROSINA
Señores míos, basta ya,
o al primero que me toque,
por mi santo, que es San Roque,
lo escarmiento de verdad.

PAJES
Aunque muestres ese enfado,
nuestro amor has conquistado.

ROSINA
Señores, por favor,
no hablarme de ese amor,
que es natural que tanto ardor
en una moza lo pongáis mejor.

PAJE 1º
(A Rosina, en voz baja)
Eres muy bella, lo sé de cierto.

ROSINA
¡Calla! (Dios mío, me han descubierto)

PAJE 1º
Luego, en mi cuarto te esperaré.

ROSINA
(Con coquetería)
Si eres prudente, de fijo iré.

PAJE 2º
Te has disfrazado,
y eso es muy grave.

ROSINA
Sólo por verte. (También lo sabe)

PAJE 2º
Ven a mi cuarto, te espero allí.

ROSINA
Voy a arriesgarme sólo por ti.

PAJE 3º
Linda muchacha, te he conocido.

ROSINA
Que no lo cuentes, por Dios te pido.

PAJE 3º
Quiero enseñarte mi habitación.

ROSINA
Yo iré a buscarte; pero chitón.

PAJE 4º
Sé que no eres lo que aparentas.

ROSINA
Te haré dichoso, si no lo cuentas.

PAJE 4º
Contigo a solas quisiera hablar.

ROSINA
Luego a tu cuarto te iré a buscar.

TODOS
Aventura tan galante
no la pude imaginar;
a esta linda muchacha
sabré adorar.
Hasta mañana.

ROSINA
Hasta mañana.

PAJES
Yo te juro que seré constante.

TODOS
¡Qué aventura tan singular!
(Evolucionan, y haciendo mutis la van abrazando)

PAJES
A esta linda muchacha
sabré adorar.

ROSINA
Hasta mañana.

PAJES
Hasta mañana.
Yo te juro que seré constante;
¡qué aventura tan singular!
(Con el número de música han hecho mutis los cuatro Pajes, quedándose en escena Rosina)

(Hablado)

ROSINA.- Estos ya no nos estorbarán: tengo la seguridad de que cada uno se pasa la noche aguardándome en su cuarto.
(Pausa. Va a mirar a las puertas como si temiera ser descubierta* y luego baja cautelosamente la escalinata del fondo, quedando siempre visible para el público y figura que busca a alguien que se supone oculto en una góndola, abajo, en el canal, llamando con voz muy baja)

ROSINA.- ¡Marco!

MARCO.- Aquí estoy.

ROSINA.- Sube. Todos duermen...

MARCO.- Claro, y tú suponías que yo también dormía. ¿ Qué era eso del ¡chú!, ¡chú!, ¡chú! que he oído desde abajo? (Por el chasquido de los besos que ha escuchado)

ROSINA.- Rumores de las aguas del canal, acaso.

MARCO.- Mira, Rosina, que yo soy un león y no me haría maldita la gracia que tú quisieras convertirme en un ciervo.

ROSINA.- Está tranquilo y vete, no nos sorprendan.

MARCO.- Bueno, adiós; dame un beso, y por Dios, Rosina, que... no sea tarde.
(Mutis. Se supone que Marco desaparece, oyéndose el ruido de los remos, y ella queda un momento como viéndolo alejarse. Sale Miccone como quien vigila por costumbre, va a la puerta de las habitaciones de Marietta y escucha pegado el oído a la puerta. En este momento Rosina sube la escalinata y lo sorprende en tal actitud. Miccone, al oír el ruido de los pasos de Rosina, se vuelve rápidamente y le dice con voz recatada y muy secamente:)

MICCONE.- ¡Eh! ¿Qué haces tú aquí?

ROSINA.- (Reponiéndose de su sorpresa) Lo que tú: vigilar! Te aseguro que sabré cumplir la misión que aquí me ha traído.

MICCONE.- ¿Y hasta ahora?...

ROSINA.- (Intencionada) Hasta ahora no hay novedad; pero ten por seguro que nada ocurrirá sin que yo lo sepa. Ya he tomado todas mis precauciones para el buen éxito de lo que nos proponemos. Si algo aconteciera no tardarías en saberlo.

MICCONE.- (Mirándola con mucha fijeza, que no descompone la serenidad de Rosina) Así lo espero de tu inteligencia y de tu fidelidad.

ROSINA.- No lo dudes; puedes dormir tranquilo.

MICCONE.- ¡Dormir! Pobre sueño el mío, atormentado constantemente por mis pensamientos. De mejor grado pasaría hasta la aurora, echado como un perro, ante esa puerta.

ROSINA.- (Aparte) ¡Demonio! Pues es lo que nos faltaba. (A Miccone) No; ve a descansar; yo velo. (Miccone la mira otra vez con fijeza, y se dirige lentamente a la derecha, en tanto que Rosina hace a sus espaldas movimientos de impaciencia. Cerca ya de la puerta, Miccone se vuelve a mirar la del departamento de Marietta y ve los movimientos de Rosina, que trata de justificarlos cediéndole la salida)

ROSINA.- Tú primero; yo salgo contigo. Quiero vigilar las otras puertas de Palacio. (Aparte y después que Miccone ha hecho mutis:) A éste no lo dejo yo hasta que se meta en la cama. (Mutis detrás de él)

(Música)

(La escena queda sola, y Paolo y el Coro cantan dentro. Mandolinas, laúdes y guitarras)

PAOLO
(Lejos) ¡Ah!...
Ya duerme Venecia tranquila,
la góndola rápida avanza,
Paolo cantando vigila
jurando en su canto venganza.
Sufra el mundo entero
mi mismo dolor;
canta, gondolero,
tu perdido amor.

CORO
Tra, la, la, la, la, la.
la, la, la, la, la, la.

PAOLO
El destino fiero
me infirió el dolor;
llora, gondolero,
con lágrimas de amor.

CORO
Tra, la, la, la, la, la.
la, la, la, la, la, la.
Ya duerme Venecia tranquila,
la góndola rápida avanza.

PAOLO
Escucha mi canto,
la veneciana,
más pura que un trino
de ruiseñores.
Y es mi estrella
tan tirana
que mi amor no llevas a ella.
En mi canto, veneciana,
va el encanto del amor.

CORO
Escucha mi canto,
más pura que un trino
de ruiseñores.

PAOLO
Y es mi estrella
tan tirana
que mi amor no llevas a ella.

CORO
En mi canto, veneciana,

PAOLO
Va el canto del amor.
(En los últimos compases de este número Marietta sale de sus habitaciones y escucha el canto de Paolo. Al terminar su canto, llega una góndola al pie de la escalinata, salta de ella Paolo y sube a escena, en donde se encuentra con Marietta)

MARIETTA
¡Paolo!

PAOLO
(Saltando la balaustrada,) ¡Marietta!

MARIETTA
Tu voz resonaba,
en la noche tranquila,
y al escuchar tu canto amoroso
sentí vehementes ganas de llorar.

PAOLO
Allá te espera
mi barca ufana.
Venecia duerme,
nadie vigila.

MARIETTA
Por Dios, Paolo,
quimera vana,
que yo no debo salir de aquí.

PAOLO
(Con vehemencia) La triste odisea
de amores perdidos
y ensueños que mueren
apenas nacidos,
tal así su fin tendrá
buscando amor y libertad.

MARIETTA
No estoy decidida,
temo yo por ti.

PAOLO
¡Qué importa la vida!
vamos ya de aquí.

MARIETTA y PAOLO
La triste odisea
de amores perdidos
y ensueños que mueren
apenas nacidos,
tal vez así su fin tendrá
buscando amor y libertad.
Para olvidar entre mis besos de pasión
la triste odisea de amores perdidos.

(Inician el mutis por el foro)

PAOLO
Vamos, ten valor.

MARIETTA
Al fin seré feliz.

MARIETTA
Y juntos vamos a respirar

PAOLO
amor.

(Al terminar el dúo, Marietta y Paolo se dirigen a la escalinata dispuestos a huir)

(Hablado)

PAOLO.- ¡Qué es .eso! ¡No está la góndola!

MARIETTA.- ¡Dios mío, te han descubierto!
(Se oye la voz angustiosa de Marco que grita desde el canal, como si luchara con alguien)

MARCO.- ¡Sálvate, Paolo!

PAOLO.- ¡Marco! ¡Luchan en mi góndola!

MARIETTA.- ¡Estamos perdidos!

PAOLO.- (Siguiendo con interés la lucha que se supone que se desarrolla en el Canal) Alguien cae al agua. ¡Marco! (Nadie contesta a esta llamada)

MARIETTA.- Huye, sálvate a nado.

ROSINA.- (Que ha entrado y oído estas palabras) ¡Imposible! Las góndolas del Dux cercan el Palacio; te asesinarían. Sígueme y yo te esconderé.

VOVES.- (Dentro) ¡Traición! ¡Por aquí! (Marietta se desmaya en los brazos de Paolo)

ROSINA.- ¡Ya no es tiempo! Dejadme hacer, para que os siga ayudando es preciso que no sospechen de mí. (Gritando fuerte como si fuera ella la que ha descubierto a los fugitivos y los denunciara) j Por aquí! ¡Miccone! ¡Traición! (Salen Dux y Miccone seguidos de los pajes y un grupo de servidores)

MICCONE.-  (A Paolo) ¡Miserable!

DUX.- (A los servidores) Apoderaos de ese hombre. (Se disponen a hacerlo. Paolo sostiene a Marietta por el talle con la mano izquierda, y. con la derecha esgrime una daga para defenderse. Rosina se acerca al grupo como para sostener a Marietta, a quien sostiene, en efecto, y le dice a Paolo en voz baja:)

ROSINA.- (Aparte a Paolo) Entrégate.

MICCONE.-  (Llega a sujetar por detrás a Paolo, mientras dice con alegría feroz:) ¡Ya es nuestro!
(Los servidores maniatan a Paolo. Música y)

MUTACION


CUADRO SEGUNDO

Antesala del Tribunal de los Diez en el Palacio del Dux. Una puerta en cada lateral y gran arcada al foro. — En el centro de la escena, de pie, Zabulón, y Capitán. Rosina y Cordalia sentadas en un banco a la izquierda. Pajes y Dama 1ª en un banco a la derecha.

ZABULON.-  ¿Y cuándo creéis que podré cobrar mis servicios?

CAPITAN.- Ten calma; hay que esperar.

ZABULON.-  ¡Esperar! ¡Esperar! Primero se me dijo que aguardara a que el paje que yo proporcioné justificara su empleo, y me parece que en este punto no podéis tener queja; gracias a él se descubrió a tiempo la fuga y se prendió al seductor. (Extiende hipócritamente la mano pidiendo su salario)

CAPITAN.- Hay que aguardar la sentencia.

ZABULON.- ¿Y tardará mucho?

CAPITAN.- Dentro de pocos momentos se reunirá el Tribunal de los diez para juzgarlo.

ZABULON.- ¿De modo que si no fuera condenado...?

CAPITAN.- (Con desprecio) No temas. Ha asaltado el Palacio, ha hecho armas contra la Señoría. No hay salvación para él.

ZABULON.- ¿Entonces, hasta que se ejecute la sentencia no...? (Acción de cobrar)

CAPITAN.- (Secamente) ¡No!

ZABULON.- (Con una compasión que no siente) ¡Pobre muchacho!... En fin, si no hay otro remedio, esperaré.
(Se acerca al grupo de la derecha y siguen todos hablando en voz baja. El Capitán va a la arcada del fondo y vigila los corredores. Rosina y Cordalia hablan en la izquierda)

CORDALIA.- Empiezo a perder toda esperanza.

ROSINA.- Sólo un milagro podría salvarlo.

CORDALIA.- Y tu ingenio despierto, ¿no te sugiere ningún recurso?

ROSINA.- Si Paolo fuera condenado a prisión, aun cuando lo recluyeran en el más escondido calabozo, mi afecto encontraría el medio de una evasión; pero si es condenado a muerte...

CORDALIA.- Es verdad. Desde las sentencias de este Tribunal hasta su ejecución median tan pocas horas...

ROSINA.- Era preciso hallar algo inmediato, decisivo...

CORDALIA.- ¡Aguarda! Pero no, imposible.

ROSINA.- ¡Hablad, hablad, por Dios!

CORDALIA.- Conoces, sin duda, una antigua tradición que ha llegado a convertirse en ley: el condenado que al dirigirse al sitio de la ejecución encuentra al Sagrado Viático en su camino, queda indultado y libre en el acto.

ROSINA.- ¡Encontrar al Viático! Si no hay más camino para el reo que atravesar el Puente de los Suspiros... ¡Eso sí que sería un verdadero milagro! (Con un rayo de alegría) A no ser que...

CORDALIA.- (Que la ha comprendido, dice con desaliento:) Eso no cambiaría la suerte del reo, y condenaría a la misma pena a quien preparase el encuentro.

ROSINA.- Tenéis razón. ¡No hay salvación para él!

CAPITAN.- (A todos los que hay en escena, con temor y con voz recatada:) ¡Chist! ¡El Tribunal! (Todos hacen mutis temerosos, menos Rosina, que va a la puerta de la derecha y la abre, levantando el tapiz para que pase el Tribunal, que inmediatamente llega por el foro. Lo componen diez personajes enmascarados, vestidos con largos ropones o togas y tocados con birretes de seda. Toda la vestidura es roja. Se dirigen majestuosamente a la sala del Tribunal. Rosina tiembla mientras los Diez están a su vista. El último enmascarado, cuando va a desaparecer por la derecha, se quita un momento el antifaz para que Rosina le vea la cara)

ROSINA.- (Reconociéndolo asombrada) ¡Marco! ¿Cómo habrá podido...? (Aparece por el foro Marietta seguida de Miccone, Rosina, al verla, corre hacia ella y le dice:) ¡Marietta! ¿Sabes que Marco...? (Se calla de repente viendo a Miccone)

MICCONE.- (Despótico, a Rosina) ¿Qué haces tú aquí? ¡Vete! (Rosina obedece)

ROSINA.- (Volviéndose desde el foro y haciendo un gesto amenazador a Miccone) ¡Monstruo! Si Paolo muere, nos veremos. (Mutis)

(Quedan en escena Maritetta y Miccone, contemplándose silenciosamente. El ha ido a sentarse en uno de los bancos; Marietta concibe una esperanza que ilumina un momento su rostro de alegría, y se vuelve hacia él)

(Música)

MARIETTA
Miccone

MICCONE
Señora.

MARIETTA
Acércate a mí.

MICCONE
No sé lo que ahora pasa por mí.
Hablad, hablad.

MARIETTA
Espera.
Yo quisiera preguntarte si es verdad
lo que dice de Miccone la ciudad.

MICCONE  
Habla pues.

MARIETTA
Se asegura que es tan grande tu maldad
que no puedes comprender que- haya piedad.

MICCONE  
Cierto es.

MARIETTA
Que la sangre te enardece,
que es tu voluntad de acero,
que la maldad envanece
tu corazón traicionero.

MICCONE  
¡Ah! Ya lo ves.

MARIETTA
Yo no te condenaría,
a pesar de tu fiereza,
pues mi amor en ti confía
y cuento con tu nobleza.

MICCONE  
¿Con mi nobleza? No.
¿Con mi nobleza? ¿Quién?

MARIETTA
Yo, que sé que si el odio engendra fieras,
la dulzura las sabe amansar
No eres malo; quizá antes lo eras,
porque nunca supiste amar,
porque nunca supiste amar.

MICCONE  
(Aparte)
Yo no sé lo que pasa por mi alma
que me apena y me alivia a la par;
el imán de su voz mis odios calma
y despierta el deseo de amar;
el deseo de amar.

MARIETTA
Tras de esa puerta a un hombre
se juzga en este instante.
Conoces tú su nombre,
mi amor sabes por él.
De aquí puedes sacarlo,
poder tienes bastante;
si logras libertarlo
seré tu amante fiel.
Alientos sobrehumanos
en ello has de emplear.
Maldades e injusticias
con él están haciendo,
y a fuerza de caricias
lo quiero yo salvar.
Alientos sobrehumanos
en ello has de emplear.
Mi dicha está en tus manos;
hazme feliz, juglar.

MICCONE
La miel de una caricia
sentí por vez primera,
rozando con delicia
la seda de su piel.
¡Que yo de pena muera!
Sabré acallar mis odios
y dar mi vida entera
para salvarlo a él.
(Cayendo de rodillas al sentirse acariciado, y mando una mano de ella)

¡Qué más que esta ventura
yo pude ambicionar!
Tú calmas mi amargura,
y yo lo he de salvar.

MARIETTA y MICCONE
Tras esa puerta a un hombre
se juzga en este instante.
Conoces su nombre,
mi / su amor sabes por él;
si logras libertarlo,
seré tu amante fiel.
Sabrá / Sabré pagar acción tan buena;
con ella mi / su pena podrá consolar.

MICCONE
Sentirme acariciado.

MARIETTA y MICCONE
¡Qué bueno eres!

MARIETTA
Tú calmas mi dolor.

MICCONE
Al fin.

MARIETTA
Mi amor te premiará.

MICCONE  
Conseguí.

MARIETTA
Mi amor te premiará.

MICCONE  
Su amor,

MARIETTA y MICCONE  
Mi amor le salvará.

(Al terminar el número, Miccone se sienta en el banco de la izquierda y oculta su cara entre las manos. Marietta va al foro y hace un signo con la mano, llamando a Rosina, que acude a la llamada. Esta, pronuncia sus primeras palabras Vuelta de espaldas a Miccone y sin haber reparado en él)

(Hablado)

MARIETTA.- ¿Has logrado averiguar algo?

ROSINA.-
MARIETTA.- Nada todavía; pero pronto lo sabremos.

ROSINA.- ¡Ay de mí! Nada podemos lograr. Los fallos de este Tribunal no se hacen públicos hasta después de ejecutados. Y a veces, jamás. Esta vez no será así. Marco ha logrado, no sé cómo, disfrazarse con la toga de uno de los Jueces y... (Viéndolo aparecer por la derecha) ¡Ahí está!
(Marietta y Rosina ocultan con su cuerpo la figura de Miccone, de manera que no sea visto de Marco. Este entra por la derecha quitándose el disfraz, que arroja desesperado sobre el banco de la derecha. En su cara se adivina un gran abatimiento, como queriendo preguntarle con ansiedad; pero sin valor para oír la respuesta. Hay una pausa trágica. Por fin Marco va a hablar y ve a Miccone)

MARCO.- ¡Ese hombre! (Señalándolo)

MARIETTA.- (Rosina, que hasta entonces no se había dado cuenta de su presencia, vuelve la cara y queda sobrecogida de terror)

MARIETTA.- Es nuestro.

ROSINA y MARCO.- ¡El!

MICCONE.- (Con mansedumbre) Habla, Marco. (Marco baja la cabeza sin contestar)

MARIETTA.- ¿A muerte? (Vacila para caer desmayada, y Miccone se levanta rápidamente y llega a tiempo de sostenerla en sus brazos. Rosina y Marco también hacen un ademán como para correr en su auxilio. Rosina, al ver a Marietta sostenida ya por Miccone, se vuelve airada contra Marco)

ROSINA.-  Entonces, ¿para qué has entrado ahí?

MARCO.- Mujer, ¿qué podía un voto? Pero, por lo menos, sabemos ya la sentencia para trabajar aún por la salvación de Paolo.
(Durante las palabras de Marco, Miccone se inclina con respeto y angustia, hasta besar furtivamente la frente de Marietta)

ROSINA.- (Corre al lado de Marietta, y al ver su frialdad y su palidez, llora y dice con desesperación:) ¡Se muere, Marco, se muere!

MICCONE.- (Apasionado) ¡Eso, no! (Sostiene a Marietta con el brazo izquierdo y levanta solemne y trágicamente el brazo derecho, mientras exclama:) ¡Juro a Dios que Paolo se salvará! Mi sangre será el precio de la suya.

MUTACION


CUADRO TERCERO

La escena representa el canal que separa el Palacio de los Dux del edificio destinado a prisión. Sobre el canal, uniendo ambas construcciones y a una altura como de dos metros y medio del plano del escenario, se ve el Puente de los Suspiros, practicable, con ventanas enrejadas de mármol, a través de las cuales puede verse a los personajes. A fin de que sea más fácil la construcción del practicable, los edificios deben avanzar bastante sobre la escena, dejando entre los dos .la distancia de unos cuatro metros.
A lo lejos, tras del Puente, continúan las casas de la ribera izquierda alejándose en curva hasta ocultarse las más lejanas detrás del Palacio de los Dux, que es el edificio de la derecha. Este tiene un balcón bajo practicable y una puerta de escape, practicable también. La prisión es el edificio de la izquierda, y, es un edificio sombrío con pequeñas ventanas enrejadas.
El primer término del escenario representa ser el puente bajo sobre el canal, del cual se ve el pretil paralelo a la batería y a muy poca altura para que no oculte nada de las figuras. A partir de este pretil se supone que está el agua, que continúa dando el rodeo hacia la derecha, indicado por la línea de casas antes descrita. El pretil del puente bajo está cortado en sus dos extremos para dejar paso a dos lenguas de tierra que corren a lo largo de los dos edificios de primer término. Estas especies de aceras terminan en las esquinas del Palacio y de la prisión, que están hacia el centro del escenario. En el pretil, Cerca de las dos cortaduras, hay dos mástiles con un farolillo encendido en cada uno.
Es de noche; a lo lejos brillan y se reflejan en el agua las lucecitas de las casas del fondo.
Aunque la acción del cuadro comienza de noche, el escenario debe aparecer un poco menos obscuro que la noche completa convencional en el teatro, debido, en primer lugar, a la claridad de las distintas lucecitas y, en segundo lugar, a que están apuntando los primeros destellos de la aurora. Así no resultará demasiado lúgubre la escena ni se fatigará el público por la falta de luz.
Los edificios que forman los laterales no avanzan desde el proscenio hasta el fondo de una manera paralela, sino acercándose a medida que se alejan del público. De este modo aparecerá más prolongada la perspectiva, serán más visibles desde la sala el balcón y la puerta del Palacio, y el Puente de los Suspiros puede armarse con más facilidad. Al levantarse el telón, después del preludio, la escena está sola y la música continúa hasta el final de la obra.
A pesar de esta descripción, si él escenario no tiene condiciones, el Puente puede ser pintado, y los personajes de Miccone, Paolo y los guardianes salen por las laterales del escenario.

(Música)

(A poco de levantarse el telón sale el Pregonero, que redobla en su tambor. Rosina y el Coro van saliendo poco a poco por distintos lados, y quedan silenciosos en un extremo del escenario. Las ventanas del Puente de los Suspiros se iluminan desde el interior, y se ve a través de ellas, a Paolo, maniatado y conducido por sus guardianes. Al llegar al centro del Puente se detiene y canta el adiós a la vida. Al terminar Paolo su canción, en la escena hay un silencio religioso, que rompe dentro el sonido de la campanilla del Viático)

PREGONERO
Con las primeras luces
de la aurora cercan»,
en nombre de la ley
se cumple su sentencia,
y antes que el sol alumbre
la tierra veneciana,
se habrá purgado un crimen
que no encontró clemencia.

PAOLO
(Con mucha expresión)
Ven a mí, muerte querida;
no te temo, tardas ya,
pues mi amor, que fue mi vida,
para mí perdido está.
Dogaresa, de triste suerte,
pronto habré de perderte,
para mí llegará la muerte.
Desde el Puente de los Suspiros
mi cantar lastimero
va a llevarte mi adiós postrero.
Ven a mí, muerte querida,
ya te espero sin temor
Adiós, mi vida;
mujer, adiós; mujer, adiós.

MICCONE
(Que está confundido entre el pueblo, con muestras de gran emoción, dice hablado sobre la orquesta al oír la campanilla:)
¡Por fin!
(Se lleva la mano a la cintura como buscando su daga, y hace mutis rápidamente por la puerta del Palacio. En todos los personajes que hay en escena se produce un movimiento de asombro y se oyen voces de alegre emoción)

UNOS
¡El Viático!

OTROS
¡Perdón!

ROSINA
¡Libertad para el reo!

(La comitiva del Puente se detiene, y el Capitán grita desde arriba muy contrariado y con gran energía:)

¿Quién agoniza? ¡Ay del impostor!

(La góndola con el Viático se va acercando a tierra por el foro derecho. Rosina, al verla avanzar, dice con alegría, por Paolo:)

Se ha salvado!

(Viendo a Marco que viene en la góndola, agrega, con desaliento:)

¡Pero a qué costa!

CAPITAN
(Ha bajado a escena y dice:)
¡Esto es una farsa!

MICCONE
(Apareciendo, radiante de alegría, en el balcón del Palacio)

¡Venecianos!
El Dux acaba de ser herido de muerte.
Para él es el Viático.
Que la ley se cumpla. Paolo está libre.
Prended al culpable.
¡El asesino soy yo!...

(El Capitán hace un signo a los soldados para prender a Miccone. Paolo, ya libre de sus ligaduras, ha bajado a escena y abraza a Marietta. Desde el principio del cuadro el cielo ha ido aclarándose hasta ser de día. En todos los personajes se produce una gran alegría y una viva emoción al ver libre a Paolo, y quedan convenientemente agrupados. Cuadro. Fuerte en la orquesta, sale el sol por el horizonte, y



TELON



Información obtenida en:
https://archive.org/details/ladogaresazarzue3077mill

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